Lucas llega a casa tras una larga mañana en el despacho que se
sumó a una larga tarde en la cafetería con sus viejos amigos del instituto y de
la universidad. Su esposa, Sonia, está en la cocina preparándole un biberón a
la pequeña que lleva el nombre de su madre. El primogénito de ambos, Sergio,
también está por ahí danzando. Desde que Sergio fuera apuntado a fútbol se ha
vuelto aun más hiperactivo, y eso que sus padres buscaban el efecto contrario.
Sonia se vuelve a su marido, quien se ha sentado en una de las
sillas que hay en la cocina, donde suelen desayunar, y le saluda con una enorme
sonrisa en los labios.
—Ahora estoy contigo, amor. —Y sale de la cocina, hacia el salón,
donde la pequeña de nueve meses llora.
Y Lucas agradece que no tenga en ese momento tiempo para él,
porque está pensando cómo poder mirarla a la cara después de haberla visto a
ella. Y se siente cobarde aunque nunca haya pasado, se odia, porque todavía
sigue pensando en Silvia cuando tiene una vida perfecta. Porque tiene todo lo
que nunca jamás ha podido desear, ¿no?
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La cafetería “Los Tres Ciprés” lleva apenas seis meses abierta,
pero se ha convertido en un local bastante concurrido por sus pasteles, nadie
puede ir a esa cafetería y no comer alguno. Hugo, Leila y Lucas lo acaban de
comprobar. Sentados en una mesa, cada uno con un café y con uno de esos
pasteles, hablan acerca del trabajo. Hace meses que no ven a Hugo, quien se haya
trabajando en un laboratorio. Por su parte, Leila anuncia que la semana pasada
la despidieron, y vuelve a estar en busca y captura del trabajo perfecto. Su
carrera en historia no le ha servido de nada, puesto que todos los trabajos que
ha tenido no han sido relacionados a eso. Lucas omite deliberadamente el
ascenso que ha obtenido a comienzo de mes.
Pregunta por Alicia, según los mensajes la joven también iba a ir
aquel día. Piensa que lo más seguro es que la joven se hubiera quedado
ensimismada delante del ordenador con alguna nueva historia que tuviera en
mente, o en su defecto hablando por teléfono con Japón. Su prometido, Matias,
se encuentra en aquellos momentos allí por motivos de trabajo. Quien parecía
que no iba a ser nunca un hombre de provecho, es quien tiene un mejor futuro
por delante.
Cuando Hugo les empieza a contar, con un deje de timidez y con una
leve sonrisa que posiblemente ya haya conocido al chico que se merece, Alicia
hace acto de presencia, y no va sola. Leila es la primera en ver a la compañía
de la chica y su rostro se descompone, haciendo que Hugo callara y Lucas se
sorprendiera.
— ¡Mirad quien me he encontrado cuando salía de casa! —Anuncia con
una sonrisa, señalando a su lado.
— ¡Hola, chicos! ¡Hola, Lucas! —Silvia sigue igual de guapa que
haría unos años, cuando se fue a recorrer Estados Unidos dejando todo y a todos
atrás. Cuando Lucas la ve, miles de sentimientos que creían dormidos, vuelven a
despertarse. Y por un instante, ni Sonia, ni sus dos hijos existen. Sólo por un
breve instante.
Cuando Lucas la ve, miles de recuerdos se aglutinan en su mente.
De cuando era joven y tenía muchos sueños que cumplir. Cuando Sonia aun no
existía en su vida.
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—Estoy embarazada.
La noticia le cae a Lucas como un jarro de agua fría. No se la
espera, y se tiene que sentar en el sofá de la sala. Sonia le ha llamado
diciendo que tenía que decirle algo serio, pero jamás se hubiera imaginado que
aquello pasaría.
Sólo lo habían hecho una vez
y porque lo necesitaba.
Realmente no sabe cómo acabaron en la cama. Pero cuando ve a Sonia
en el umbral de su puerta, con una mano abrazándose el estómago como si
esperase el momento en el que fuera a echarla de su casa, no se arrepiente de
nada. Se levanta y acortar los pasos hasta llegar donde está ella. Rodea su
cintura con sus brazos y besa su mejilla antes de buscar sus labios.
—No pasa nada. —Le susurra, besando su cabeza, mientras nota las
manos de Sonia en sus brazos. —Te quiero. —Se lo dice de verdad. Las palabras
han fluido y él no las ha detenido. Hace tres años que no dice aquellas dos
palabras de verdad, y siente que el recuerdo de Silvia ya no duele.
Porque Sonia se ha encargado de hacer que no duela.
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Fue un año antes cuando Lucas “reconoció” a Sonia. La reconoció,
porque, aunque no se acordara, la conocía desde el instituto.
Fue una noche de verano, recién acababan de terminar los exámenes
y, si todo había salido bien, todos se habían licenciado de la universidad.
Estaban en un local en el que ponían las canciones del momento cuando Elena, la
chica que meses después tomaría un avión para irse a Francia, apareció de la
mano con Sonia. Ambas chicas habían estudiado lo mismo y parecía ser que aquel
había sido el momento propicio para llevar a cabo una amistad.
Elena comenzó a presentarles uno a uno. Alicia, Matías, Hugo,
Leila, Juanmi, David, Lucas…
—Ah, con razón me sonabas. —Declaró ella con aire de sorpresa.
—Hemos ido juntos a clase en bachillerato.
Tiempo después, Sonia le diría que aquello había sido una mentira
y que nunca había tenido duda de quién era. La aparición de Sonia fue un soplo
de aire fresco a su vida. Comenzó a salir, en un principio arrastrado por ella.
Luego por propia voluntad. La joven no dejó que Lucas se quedara encerrado en
su casa, con su ayuda, encontró trabajo en una buena empresa, de lo que había
estudiado, y comenzó a labrarse un futuro profesional. Empezó a olvidarse de
las palabras de Silvia, de perseguir sus verdaderos sueños.
Sonia había resultado ser todo lo que Silvia no era. Sonia no se
había ido cuando Silvia si lo hizo…
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Silvia decidió irse de un día para otro. A la noche, se estaba
acostando en los brazos de Lucas, dos años atrás, y a la mañana siguiente todo
el mundo le estorbaba. Lucas le estorbaba. Aunque debería de haberlo sabido.
Debería de haberse estado preparando para ese momento. Porque Silvia ya se lo
había advertido muchas veces. No quería atarse. Y él había sido un imbécil por
enamorarse de ella.
— ¿Y esto va a terminar así?
— ¿Qué quieres que te diga? —Silvia estaba guardando sus cosas,
las pocas cosas que se había llevado a casa de Lucas.
— ¿Por qué tienes que irte? —El joven la mira, sentado en la cama.
—Creo que no hace falta que te responda a eso.
—Silvia, por favor.
La chica le mira por unos instantes. Se acerca al joven y le pone
una mano en la mejilla, acariciándosela despacio, mirándole a los ojos antes de
darle un suave beso en los labios. Lucas cree que si la atrapa en ese beso
nunca se irá. Pero lo hace. Se separa de él y le da la espalda, tanto física,
como emocionalmente.
—Tengo que hacerlo. No puedo quedarme aquí atrapada.
— ¿Tan malo es quedarse conmigo? —El muchacho se levanta, intenta
abrazarla, pero Silvia se deshace de sus brazos y camina alejándose de él.
Prometiéndole que nunca más le molestaría, si así lo deseaba.
Pero Lucas no lo quiere, porque en el fondo de su ser sabe que
tendrá la esperanza de que vuelva a él. Y prefiere no engañarse ni engañarla.
Prefiere ser sincero.
Silvia siempre ha sido un alma libre, y sabe que la culpa es suya
por haber pretendido atraparla.
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—Dibujas muy bien. —Silvia se paseaba por la casa de Lucas en
pijama corto, denotando que había dormido en su casa, como llevaba haciéndolo
el resto de la semana. — ¿Por qué no te has metido en Bellas Artes? Creo que
empresariales es una cosa muy seria como para ser estudiada por alguien como
tú.
— ¿Me estás llamando poco serio? —Lucas abrazó a Silvia por la
cintura cuando la tuvo al alcance y la sentó en su regazo. Ella ni se inmutó,
mientras seguía pasando las hojas del cuaderno que él utilizaba en ocasiones
para dibujar.
— ¿Yo? Jamás se me ocurriría. —Su risa era melodía para los oídos
del joven, quien negó con la cabeza, apoyando la barbilla en su hombro. —Pero
dime, ¿por qué no estudias Bellas Artes?
—Mis padres creen que es una carrera sin futuro. —Puso los ojos en
blanco.
Silvia se giró a él, soltando el cuaderno encima de la mesa del
salón. Parecía haberse sentido ofendida y quizás lo estaba, porque ella
estudiaba esa carrera, pero Silvia nunca se enfadaba. Siempre había sido muy
hippie y ese rollo de ser “mala” no iba demasiado con ella.
—Dile a tus padres que no están en lo cierto. —Sonaba muy segura
de ello, mientras se cruzaba de brazos. En aquellos momentos costaba creer que
Silvia tuviera veintidós años. Parecía mucho más pequeña. Siempre parecía más
pequeña. — ¿A ti te gusta dibujar? —No podía creer que le estuviera haciendo
esa clase de pregunta, aunque acabó afirmando con la cabeza. — ¡Pues eso es lo
único importante! Así que nunca dejes de dibujar. No debes de olvidar nunca tus
sueños e ir a por ellos.
Y Silvia era la más indicada para decir aquello. La joven siempre
hacía caso a sus propios consejos y en efecto, nunca olvidaba por lo que quería
luchar. Se llevase a quien se llevase por delante o lastimase a quien
lastimase.
Era muy fácil descubrir porque Lucas se había enamorado de ella.
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Había acudido a una de las reuniones de Matías en contra de los
recortes en el presupuesto de las facultades. No sabía muy bien porqué lo había
hecho, pero lo cierto es que no había estado nada mal.
Matías sabía desenvolverse bastante en esos ámbitos, le había
sorprendido bastante. Cuando terminó la reunión, de la que Lucas no sacó nada
en claro, el joven se le acercó y le puso una mano en el hombro.
—Nos vamos a comer antes de entrar en clase, ¿te apuntas? —Apenas
conocía a aquella gente, quitando a Matías, pero acabó aceptando. — ¡Estupendo!
Nos vamos a cafetería de Medicina.
Dicho y hecho, en cuanto la gente que se tenía que ir se había
ido, emprendieron el camino a la facultad mencionada.
—Nunca te había visto en una reunión. —Lucas se vuelve a la
persona que le ha hablado. Es una joven bastante guapa. — ¿Te vas a unir a la
asociación?
—No lo sé. Solo he venido porque Matías me ha insistido mucho y
tenía cierta curiosidad.
—Nos hace faltan más personas. Me llamo Silvia y estudio Bellas
Artes. —La chica tenía una bella sonrisa.
—Lucas. Empresariales.